Gestos

África Ramos
2 min readOct 15, 2018

Quisiera a veces actuar con los impulsos de mi corazón, como la niña que un día fui. No tenía vergüenza, ni miedo, ni nada que perder.

Hace unos días estaba trabajando desde una biblioteca y, justo enfrente de mí, se encontraba una chica en silla de ruedas. Además de no poder caminar también tenía problemas de movilidad en brazos y en ambas manos. Justo en el momento en el que me percaté de esa realidad lo primero que me vino a la cabeza fue: ¿quién la habrá acompañado hasta aquí?, ¿quién la vendrá a buscar después?

Me parecía imposible que pudiera recoger todas las cosas que tenía encima de la mesa y, más imposible aún, salir de la sala que por un breve instante se me antojó más a un laberinto que una biblioteca.

Entonces, al rato, ocurre lo increíble. Entorno a las 13:00 la chica empieza a recoger. Guardar cada bolígrafo le requería minutos, algo que normalmente toma segundos. Una hazaña, un puñado de bolígrafos. Luego siguió con los libros y la carpeta, los arrastraba lentamente con paciencia y esfuerzo hasta conseguir guardarlos.

No me levanté a ayudarla, sólo me quedé mirando su espalda.

¿Qué me frenó a levantarme? ¿Su negativa a recibir mi ayuda? ¿No saber cómo actuar? No sé. Lo que sí sé es que, al verla alejarse, no me gustó lo que sentí. Quería ayudarla. Ahí estaba otro ser humano distinto, al que actividades triviales para mi, resultaban ser una lucha diaria. Un gesto de amabilidad, una sonrisa. Eso quería, eso quiero.

Como conocía la entrada de esa biblioteca, la prueba final del laberinto; salí corriendo para, por lo menos, abrirle ambas puertas. Me sonrió, me dió las gracias. Y pensé, quizás estos pequeños gestos sea lo más útil que esté haciendo en la vida.

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